LA INAUGURACIÓN DE LA PILA DE MANIZALES
El 15 de septiembre de 1887 don Luis Jaramillo Walker contrató la pila con el Distrito de Manizales. La pidió a Londres y ya instalada en la Plaza de Bolívar, costó la suma de $4.733.00. El 2 de enero de 1888, Juan Francisco Botero, con Ramoncito Gutiérrez y Marcelino Arango procedieron a armarla en el patio de la casa de don Pachito Mejía, a fin de ver si había venido completa.
El Distrito había votado $400 para su instalación. Juan Francisco Botero comenzó a instalarla en medio de la Plaza de Bolívar, ante la alegría de los vecinos y el resongue que venía de Salamina entre puyas y gracejos telegráficos, a la sombra de la rivalidad pueblerina. El agua se tomaba de “Las Canteritas”. Venía en atanores de barro, cordial y sencilla, transparente y brava, porque a cada paso reventaba la tubería ante la expectativa de los vecinos, de los incrédulos que no podían dejar de dudar en esa fuente de bronce venida en ultramar sobre el lomo de los bueyes, a lo largo de los caminos, de los desfiladeros de “La Moravia”, de las duras y ásperas rocas que se desprenden hacia los plantíos de la cordillera.
Para los viejos de Manizales, para aquellos que nacieron en esta ciudad, para todos los que han salvado el umbral de los cincuenta años, para las madres que son abuelas, en fin, vamos a describir la inauguración de esa pila que ha regresado a Manizales desde el fondo del pasado, desde el ángulo solariego de Santa Rosa, tal como si hubiera vuelto un alma ausente que fue todo espíritu y por cuyos tubos de bronce habló el verbo santo del agua. Entonces la ciudad actual era una aldea cordial y sencilla por cuyas calles erraban los fundadores de larga barba nazarena y la cabeza nevada por el ímpetu de la conquista.
EL PROGRAMA
El programa para los festivales de la inauguración de la pila, hizo saltar de gozo a los manizaleños. Se distribuían invitaciones a las poblaciones vecinas, se hacían largos planes, los músicos afinaban sus instrumentos y el mismo Felicito Botero le ponía cuerdas nuevas a su guitarra y ensayaba por cien veces “La Entrada de Napoleón”. Don Gabriel Orrego era el designado para hacer los disfraces, intervenir en las comparsas y sacar el “Champán”, enorme canoa sobre ruedas, del cual, en momentos dados, salían las danzas como en un desembarque, incorporándose a la multitud e invadiendo los hogares donde se les tenía un buen chocolate, la gallina fina y dorada, el trago que moja la garganta fiestera y bulliciosa. El programa establecía la instalación de un cepo en la Plaza de Bolívar. Todos los incrédulos, esos que no creyeron en la pila, serían bañados, siempre que no contribuyeran con algo para gastos del festival. Rafael Álvarez dirigía la maestranza; era la danza a caballo. Se hacía en torno de la pila formando figuras. Entonces los balcones de la plaza eran amplios, “volados”, con largos corredores. Desde ellos las muchachas asistirían a las fiestas, recibirían el saludo de los galanes, las flores de las comparsas, la corona ganada en la carrera hípica. Obdulio Buriticá preparaba su estrafalario disfraz, Demetrio Valencia sus gracejos, la banda de Pineda y de Magín sus “bella-bocas”, sus “pasa-calles” y Benito López con el Mono Sánchez la última canción romántica que venía de Antioquia, la trovadora montañesa. En el billar de Juan Chivera se instalaba entonces una hilera de mesas para los jugadores de los pueblitos vecinos.
Los comisarios Agapito y Francisco Castaño habíanse encargado de repartir los programas. Don Rafael Jaramillo, alcalde de la ciudad, era el acicate para que estos dos policías se movieran en todas las direcciones haciendo saber a todo el mundo que ya estaban decretados tres días de fiestas para la inauguración de la pila. Don Marcelino Arango había sido destinado para el discurso de inauguración.
En los salones se hablaba con extraordinario entusisamo de la comparsa de “Las Garzas”. -Mamá- decía “La Virgen de la Barranca”, la encantadora Merceditas Ángel que entonces vivía donde hoy está el edificio “Sáenz”- mamá: la mejor danza es la que dirige Félix Álvarez. -No, no. – ¿Dicen que cómo está quedando la danza de los caballitos artificiales? –añadió Carmencita Hurtado, la más bella mujer de aquellos tiempos. Era una morena picante, deliciosa, alegre. -Yo –dijo Fernanda Barreneche, otra beldad de aquellos tiempos- tengo invitación para la casa de don Rufino Murillo. En los hogares, las fiestas de la pila eran la promesa sencilla del chorro de agua que rompe la monotonía del vecindario
LA BANDA DE MÚSICA
La banda de los Pinedas no pudo ser contratada por el municipio. Pedían mucho dinero y eran diez y seis músicos. Entonces se dispuso a contratar la de Toro (Valle). Su entrada constituyó un espectáculo delicioso, miles de muchachos la fueron a recibir hasta la salida. Los balcones se veían llenos de mujeres al paso de la nueva banda. La pila alzaba ya su arquitectura de bronce y el agua no había invadido los atanores redondos y soterrados.
A la banda de los Pinedas pertenecían Magín López, los Aguirres, Raimundo Montoya y un hijo de Parrita que tocaba el bombo. Entonces Félix Álvarez, Cristóbal Santamaría, Ricardo Cardona, Mariano Latorre, Pedro Mejía D., Chepe Mejía, Rafael Rivera y otros caballeros fértiles en alegría, alquilaron los instrumentos de la banda de los Pinedas y ensayaron una comparsa que se llamó “La Banda de Paganini”. Pusieron anuncios en los muros del Distrito avisando que para la inauguración de la pila habría una suntuosa retreta por una banda que acababa de llegar a Manizales.
EL PADRE HOYOS
El Padre Gregorio Nacianceno Hoyos aconsejó desde el púlpito mucho orden y moralidad en las fiestas. Lo mismo dijo el Padre Correa. Las muchachas sonreían ante la perspectiva de ver los novios disfrazados y recibirlos en la casa frente a la mesa henchida de dulces de guayaba y trago de vino. Camila Palacio codeaba a Isabel Jaramillo para mostrarle mutuamente los novios que oían la misa dominical. Isabel era muy hermosa, pero no como Blanca Murillo, alta, esbelta, graciosa como una palmera según se decía entonces. El novio de la señorita Murillo era Eduardo Jaramillo Walker. Para verla de cerca preparó su disfraz de oso mientras Gabriel Orrego vestía el gitano, haciéndolo bailar con una pandereta.
LOS PREPARATIVOS
Los primeros veinte días antes de las fiestas, se pasaron en preparación de todo género. Las damas ensayaban su comparsa, don Pablo Jaramillo destinaba un buen toro para la plaza, el negro “Mañeco” había recibido ya permiso del alcalde para torear, dejando la cárcel durante esos tres días, y la banda de Toro estudiaba los últimos bundes en unión de “Patetela”. Había llegado Antonio Guerrero y ya estaba hecho el horno para inflar su globo. En una pieza de la Esponsión un fonógrafo de tubos de caucho pregonaba la última maravilla de Edison y don Aquilino Lince, chalán medellinense, daba de comer a su caballo para el aguante de las fiestas.
POR FIN EL DÍA
El 18 de julio de 1888 hubo alborada. Los juegos se rompieron a las doce de la noche. La aldea hallábase repleta de forasteros. En la mañana, el Padre Hoyos dijo misa en la Plaza de Bolívar y bendijo la pila, pero sin el agua todavía. Se anunciaba para las horas de la tarde la salida de la “Danza de los Gallinazos” dirigida por Benito López y el General Avendaño. Los balcones aparecían llenos de muchachas. Obdulio Buriticá a las primeras salidas era conducido a la cárcel por su disfraz reñido con la decencia.
De Salamina acababa de llegar un telegrama que decía: “¿Chorrió? Alfonso Macía”. – Todo el pueblo aprendió el refrán que duró muchos años después. “Chorrió” – decía un cachaco manizaleño, y de la tienda de enfrente le decían: “Probé y era agua”. La contestación al telegrama de Macía fue la siguiente: “Alfonso Macía. – Salamina – Vine, Vi, probé chorrió”. Entonces empezaron a llegar salamineños jugadores, pendencieros, alegres. Y detrás de ellos viajeros de Pereira, Riosucio, Santa Rosa. La Banda Toro tocaba la Bella Boca y las Olas de Juventino Rosas. Detrás iba “Patetela” llevando el compás bajo su máscara de perro.
La vara de premio se alzaba en mitad de la plaza. El alcalde dio permiso para soltar los cuatro cerdos pelados y enjabonados. Nadie podía cogerlos, se deslizaban. La multitud soltaba las carcajadas cuando uno de los cerdos se escapaba como una sardina.
DANZAS Y MAESTRANZAS
¡Los gallinazos, los gallinazos! – fue el grito que corrió por las calles con la buena nueva. En efecto. Era la nueva comparsa. Sacudían las alas y producían el ruido del animal frente al mortecino. Todo Manizales se precipitó a los balcones. La banda de Toro amenizaba la danza. La Plaza de Bolívar hervía. Era ya el 19 de julio e iba a empezar la maestranza. La formaban Roque Giraldo, Pablo Murillo, Antonio M. Pinzón, Pedro Antonio González, Joaquín Emilio Gutiérrez “el mono”, a quien le dio por andar con una jeringa para apartar los borrachos que se acercaban al Champán de Orrego con el fin de destruirlo.
-¡Las garzas, las garzas!- gritó el público. En verdad era la danza más bonita. La dirigía Ramoncito Gutiérrez e intervenían en ella José María Zapata, Enrique Gutiérrez, Pedro Jaramillo Sierra, Eusebio Villegas y otros alegres muchachos de aquellos tiempos. Llegaron a la pila y comenzaron a revolotear en torno. Las niñas de los balcones arrojaban flores, que eran serpentinas fragantes de esos tiempos.
POR FIN EL 20 DE JULIO
La aurora del 20 de julio de 1888 cogió a toda la gente en sus lechos trasnochados. Los jugadores no se apartaban de las mesas. Un enorme “guayabo” parecía colmar todas las tiendas. El cepo esperaba en la plaza. De pronto irrumpió la Danza de los caballitos artificiales y al grito de “!baños, baños!” las multitudes se precipitaron a la plaza. Fueron bañados don Alejandro Gutiérrez, don Pablo Restrepo y don Félix Salazar.
En esos momentos apareció en “El Centinela” don Pablo Jaramillo. Era el hombre de las fiestas, el rico del pueblo, el fundador, el admirable y enérgico patriarca de barbas de plata rasuradas un día. La llegada de don Pablo de “La Enea” constituía para los manizaleños de aquel entonces el enorme acontecimiento. Delante de don Pablo venía un toro bravo para el circo. Lo torearía el negro “Mañeco” que daba el salto mortal. Don Pablo rastrilló “El Centinela” y gritó: ¡El que quiera plata arrímese! Desde la mañana los canteros se ocupaban de arreglar la tubería que se había reventado. Las puyas eran tremendas. -¡Qué hubo, qué hubo! –gritaba el público. El agua no llegaba hasta la pila. Don Marcelino Arango con el discurso en la mano se había subido al gran tazón de encima. La mochedumbre gritaba sin cesar: -¿Qué hubo? ¿Qué hubo?
Don Cástor Jaramillo, con la barba de seda, hermoso como un capitán del renacimiento, pasó veloz en su caballo. Toda la gente se precipitó a una de las esquinas de la plaza. Era que acababa de caer de su bestia Cristóbal Santamaría. Se había roto un brazo. De los balcones cercanos las mujeres gritaban: -¡Lo mató! ¡Lo mató! Pablo Murillo, de cúbilo y ruana, se metió por entre la multitud y dijo: -¿Qué hubo hombre Cristóbal? -Que me mató este maldito teque.
ANIMACIÓN EN LOS SALONES
Las casas se fueron llenando de bailarines enmascarados, mientras el agua era compelida en los atanores rotos. En uno de esos hogares manizaleños, donde había guitarras de antaño, la comparsa de los perritos bebió trago hasta salir “rumbando como un volador” – según frase de Aníbal Murillo. Era la casa de Adelfa Ramírez muerta hacía algún tiempo, su retrato en la pared de la sala parecía retardar una dulce juventud de horas muy lejana. Afuera, los mineros de la mina de “El Gallinazo” pasaban con sus rojos pañuelos al cuello, gritando vivas al partido liberal. Fernanda Sánchez con el cuchillo en la cintura, jugando dado, exclamaba: ¡Viva! A cada momento llegaban gentes de Pereira. Belisario Arango y Misael Vásquez bien copetones se daban de pared en pared. -Estos dos borrachos –decía Demetrio Valencia- están estudiando “pa” cucarrones. Andrés Escobar, Pedro José Mejía y Lucio Londoño pasaron con sendas máscaras de oso. Frente a la casa de don Pantaleón González un gallinazo conversaba con una novia de quince años, pizpireta y retraída. Antonio Lince rastrillaba su caballo en todas las esquinas dando gritos estridentes bajo su careta de cartón humedecida por la lluvia. De pronto se sintió una enorme algarabía; era que el toro Pablo se había salido del circo, y se metía a la Iglesia. Los asistentes salieron de huída. Rafael Cardona gritó: -Tenerse que va a taquiar.
LA HORA SUPREMA
Las gentes mostrábanse ya fatigadas. El agua no venía. La guía seca y don Marcelino en lo alto del tazón superior sin poder empezar el discurso. Las comparsas iban pasando en alegre reír. Don Gabriel Orrego echaba pestes con eso de la pila, Félix Botero pasaba con su guitarra, hacia la casa de los Murillos. Allí daban siempre su trago de vino. Un día pidió permiso para echarlo en una botella que llevaba consigo a fin de llevárselo de regalo a una lorita que tenía en su casa. Solo que la lorita de Felicito era una novia, amiga de hacerle favores clandestinos. Arnoldo Arango se acercó a la pila y gritó, como lo hacía siempre que se emborrachaba en fiestas:
-¡Viva el Diablo!
Esa pila está enferma de la vejiga, exclamó Demetrio Valencia de pronto, haciendo reír a todo el mundo multicolor de la plaza. Iba con Benito López y Patetela. La banda Paganini soplando horriblemente en los instrumentos de la banda de los Pinedas, pasó también seguida de trescientos borrachos que a cada paso gritaban: -¡No chorrea, no chorrea, no chorrea!
PERO SÚBITAMENTE…
Pero, súbitamente, llegó el agua a pila, Don Marcelino se fue de para atrás todo envuelto en los chorros. Se le vio caer al segundo tazón y empezar su discurso. Un grito enorme, seguido, rotundo, abundante colmó los ámbitos de la población esperanzada y turbulenta. ¡Ya chorrió!, Ya chorrió!... –la voz que corrió por todas partes. Las mujeres agitaban lindos pañuelos, las danzas bailaban en torno, los borrachos echaban gracejos y miles de chiquillos se precipitaron en busca de agua.
¡Ya chorrió!, Ya chorrió!... fue el grito unánime que salía de todas las bocas. Los salamineños habían sido derrotados. Don Cástor Jaramillo, como un héroe de leyenda se metió un chorro por la boca como quien se traga una espada. Todo el público rio. De la casa de don Juan de Dios Jaramillo arrojaron un ramillete que fue a caer a los pies de don Marcelino, todo empapado y con el discurso deshecho en las manos jóvenes.
Las comparsas se desbordaron entonces delirantes por las calles henchidas de multitud forastera y racial. Justiniano Londoño y Juan de Dios Gutiérrez que entonces tenían quince años, dando zapatetas en el aire exclamaron: ¡Ya chorrió!, ¡Ya chorrió! Don Juan Francisco Botero fue recorrido en hombros. El alcalde fue bañado en la pila. Don Alejandro Jaramillo, en una esquina, decía entre tanto: -A mí me bañará el diablo. De todos los barrios incipientes llegaban mujeres a ver el agua de la pila. Los enmascarados aumentaron desde las primeras horas del medio día. Tellito Villegas vestido de mico, gritaba: -¿Me conocen? ¿Me conocen? Entonces el Champán de Orrego volcó sobre la plaza una nueva serie de danzas. Eran las mejores. Las muchachas empezaron a conocer a los novios. -¿Qué hubo? –gritaban ellas. Y los novios contestaban: -¡Ya chorrió! Ya chorrió! Manuel Pérez, Aníbal y Luis Carlos Murillo con sus comparsas comenzaron a visitar las casas. ¡Esas casas solariegas súbitamente invadidas por el rumor nuevo de agua santa del terruño!
FIN DE FIESTA
-De pronto, por la tarde del 20 de julio, todos miraron a lo alto. Era el globo de Antonio Guerrero que recorría los aires. Pompilio Gutiérrez andaba vestido de tigre y corrió detrás del globo.
-El tigre se va a comer el globo –gritaron los muchachos. Entonces varios amigos lo cogieron y lo bañaron en la pila sonora y abundante de chorros musicales. Don Pablo Jaramillo en su “Centinela” recorría todas las calles. En cada esquina rastrillaba el caballo y parecía un don Juan Manuel Montenegro, heróico, galante y violento. Por la noche la Banda Paganini anunció una serenata al Padre Hoyos. Le fue dada con el aplauso de todos. Lo despertaron esos instrumentos tocados por la comparsa y para saludarlos les dijo: Ahora sí, no más fiestas.
Sobre la colina, la pila solariega erigió la orquesta de sus chorros como una canción nueva. Todas las infancias empezaron a llegar y en los tazones de bronce bebieron ávidos el agua de los terruños los hijos de los fundadores.
TOMÁS CALDERÓN
Una Antología, hoyos editores, 2018.
Imagen: Manizales; Plaza de Bolívar. Casas de Juan de Dios Jaramillo y Alejandro Gutiérrez. La pila fue traída a lomo de Buey.
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