Revista Eje 21. 7 de enero de 2024
POR VÍCTOR ZULUAGA GÓMEZ
Haciendo una revisión de las muchas sectas religiosas que se desarrollaron a partir de la doctrina cristiana, nos encontramos con los planteamientos de Calvino, un monje, que, como Lutero, se apartó de la ortodoxia católica y fundaron movimientos que alcanzaron una gran aceptación a nivel planetario.
En cuanto a Calvino, considera que existe una predestinación del ser humano, es decir, la salvación o condena depende de la voluntad divina y no de la humana. De allí que “el grado de prosperidad alcanzado por una persona se convertirá en un signo especial demostrativo del fervor concedido por Dios en recompensa”. Dicho de otra manera, un signo inequívoco de la salvación es el ser exitoso económicamente. Fueron muchos los calvinistas que emigraron de Europa hacia los Estados Unidos y uno se pregunta si dicha doctrina no tuvo alguna influencia en América Latina, especialmente cuando se oyen expresiones como ésta: “Hay que trabajar, trabajar y trabajar”. Y otros: “acumular, acumular.”
El problema, digamos que no está en el trabajar, sino en la obsesión por el trabajo con el fin de acumular, pero no pensando en compartir; acumular con el fin de tener poder, éxito, fama. Tal como lo dice la filósofa María Novo, “somos sociedades corrompidas por el deseo”, y añade cómo las enormes desigualdades sociales son consecuencia de la falta de límites a la codicia de un pequeño sector que está adueñándose de nuestro destino colectivo.
La codicia, digamos que es un impulso y como tal, es bien importante que la razón, ponga sus límites entendiendo que una sana convivencia es fundamental para el logro de una vida feliz, felicidad que cada vez se nos hace más lejana debido a la velocidad que se le imprime al trabajo.
De allí que las palabras de Florence Thomas, cuando habla de “Vida lenta”, cobran un gran sentido en este mundo en donde el afán, la prisa, se han convertido en el pan de cada día: “Creo sinceramente que las mujeres profesionales y estas mujeres que han trabajado toda la vida no temen retirarse, porque ellas han aprendido mucho mejor que los hombres el valor de la vida lenta, el valor de las pequeñas cosas, de compartir un buen café o un té de hierbas con las amigas, el valor de reencontrar de manera renovada lo adentro, lo doméstico, lo lento y nunca más lo obligatorio.”
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