Jaime Lopera Gutiérrez,
Nuestra historia es un teatro lleno de pasajes escritos con tinta negra y otros escritos con tinta invisible.
--Octavio Paz
Carl Henrik Langebaek es profesor titular del Departamento de Antropología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes.
Una etapa explorada y descrita, pero más o menos desconocida en la historia colombiana, tiene que ver con el comportamiento de las avanzadas de conquistadores que llegaron al Nuevo Mundo, y en especial a la Nueva Granada y los países vecinos. Muchos cronistas y notarios que vinieron con ellos, se ocuparon de las andanzas de estos personajes, unos por recomendación de la Corona y otros como simples escribanos de aquellos exploradores y militares que querían legar un cuerpo de memorias propias a la Corona y a su generación.
Carl Henrik Langebaek es un arqueólogo, antropólogo e historiador colombiano, titular de una cátedra en el departamento de antropología de la facultad de ciencias sociales de la Universidad de los Andes, quien ha utilizado mucho de su tiempo en rastrear los diversos informes y detalles en tales memorias de Indias, para despejar de dudas y registrar los aciertos en los testimonios que ellos dieron después de sus correrías por nuestro país o los vecinos. La sola transcripción de los manuscritos publicados en diferentes épocas, por lo regular en el español antiguo, revela una enorme aptitud para esa tarea de sacar en limpio lo mencionado en épocas antiguas de la historia nacional.
II
Este libro comienza con la afirmación de que “la hispanización del Nuevo Mundo no tuvo nada de ejemplar, ni debería darle orgullo a nadie” (Langebaek, p. 28). Y añade: “Se suele presentar a los españoles como dueños de toda iniciativa, mientras los indios fueron víctimas pasivas, apenas espectadores incapaces de cualquier cosa” (Langebaek, p. 13). Esta importante confesión constituye el marco de referencia dentro del cual se desarrolla la idea de que la inserción de la civilización europea en estos territorios no es una historia en blanco y negro, sino que está determinada por muchos matices grises que hacen laboriosa compararlas con el todo.. Dicho mito comienza a revisarse en buena hora.
De alguna manera semejante afirmación acentúa –-paradójicamente-- la idea de que nuestra colonización antioqueña es también una sucesión encadenada de hechos y situaciones que no pueden verse francamente sino por los dos lados de la moneda. Ello nos obliga a tender una mirada de comprensión a la colonización nuestra y descartar, v. g., los juicios de valor que condenan a los colonos ricos y subestiman a los colonos pobres en la serie de refriegas que ocurrieron, ya sea en los confines de la concesión Aranzazu o en los menos conocidos de la concesión Burila. Mirar esos dos lados, que en fondo es la consigna doctrinaria de Langebaek, sirve de mensaje indispensable a aquellos historiadores que se dejan llevar en sus afirmaciones teñidas con los colores políticos de moda.
III
Langebaek se propone demostrar la inutilidad de algunas leyendas sobre este periodo de la historia colonial. En primer lugar, que uno de esos mitos sobre las sociedades indígenas no debe verse como si ellas fueran naturalmente pasivas: antes bien, fueron capaces de defenderse y guerrear muchas veces con éxito, como en el conocido caso de pijaos. En segundo lugar, que la sociedad conquistadora no era homogénea: ni todos los españoles fueron conquistadores, ni todos fueron crueles y en cambio vinieron gentes imparciales tales como los frailes, los escribanos, los carpinteros, las prostitutas. los amanuenses, los sirvientes y palafreneros, y aun ciertos comerciantes al por menor que no venían a pelear contra los indios. “No es posible entender la Conquista sin tener en cuenta las diferencias culturales”, como lo ratifica Langebaek en numerosas veces en tu texto. No quisiera adivinar los adversarios que puede tener esta versión de los conquistadores e indios en nuestra historia cuando Langebaek reconoce que “es la historia no contada”, subtitulo que presupone una versión diferente a las ortodoxas interpretaciones de los mejores cultores de la hispanidad.
Como la moneda se examina por sus dos caras, los conquistadores eran buenos porque trajeron el castellano y la religión católica, algunas plantas como el trigo y muchas cosas más; y malos porque fueron esclavistas, crueles y sanguinarios en el proceso de dominación. Los indígenas por su parte eran buenos cuando eran sumisos y porque supieron negociar su supervivencia a cambio de la obediencia; y eran malos cuando se los veía como caníbales y primitivos, sin principios morales, como los señalaban los rabiosos que los querían exterminar.
IV
En otras palabras, de nuevo es importante reconocer que las sociedades indígenas no pueden verse como un conjunto homogéneo pues también tienen historia. No se les puede negar ese carácter y lo que suele decirse, que ellas deben ser auténticas para respetarles su origen, es parte de la imposición de valores externos. Pretender que los indios sean auténticos como una manera de estudiarlos sin contaminaciones culturales, es una exigencia que acentúa más los valores culturales rígidos representados por una cultura como la española que se creía superior y, al reforzarla, se impedirá entender las identidades culturales distintas a ella misma.
Con numerosos ejemplos y pasajes muy bien descritos sobre la sociología de conquistadores, Langebaek detalla lo que él llama la “furia” por conquistar y conocer el Nuevo Mundo a partir de lo que procuraban las huestes conquistadoras y su codicia por el oro y por la tierra. Muchos eran emigrantes en los buques, escapistas, dudosos de su futuro, y además eran una cauda de malhechores que venían en el fondo de las naves mientras observaban a otros emigrantes, nobles y virreyes, en la proa con sus lujos y sus juergas. En el otro lado, el indígena, en sus comunidades se percibía el miedo a los arcabuces, a los perros bravos, a la explotación de la mano de obra, el abuso de sus mujeres y verlos subsistir en condiciones de rendición. La lógica que compone el culto a la obediencia en esa época, produjo miles de sacrificios que la historia solo ahora quiere revelar como una condición de la paz.
El lenguaje técnico de los antropólogos es un problema que Langebaek reduce mediante una prosa sencilla, ilustrada con apreciaciones propias y dispuesta a dejarse conocer de los más legos. Esa virtud del profesor uniandino explica la facilidad con la cual se puede abordar este libro sin hacer peripecias de saltimbanqui para apresurar su lectura; por el contrario, detenerse en un párrafo descriptivo de costumbres hispanas o indígenas es una prueba de aprendizaje que ofrece la satisfacción de saber algo nuevo. Vale decir, desenreda mucho aquella época de la Conquista y deja muy en claro el peligro de enajenarse con un solo perfil de la historia en cualquier época.
Febrero 2025
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