Gustavo Petro estará en la cumbre de la OCDE en España esta semana. El presidente había aplazado su viaje a causa del atentado contra Miguel Uribe Turbay, senador y candidato presidencial que aún se debate entre la vida y la muerte, luego de que un joven de 14 años le disparara en la cabeza. Es posible que los embajadores de otros países de la OCDE inquieran por la salud física de Uribe Turbay, además de interesarse por la salud general del país.
¿Qué responderles a estos embajadores? La respuesta honesta es contarles que una semana normal en Colombia es una semana con nuevos asesinatos cometidos por sicarios, y que estos son en regla general hombres jóvenes (menores de 29 años). Así, en esta última semana, estos son algunos de los hechos registrados por la prensa (la lista no es exhaustiva):
-el viernes 27 de junio fue asesinado por cuatro sicarios el firmante de paz Marco Emilio Jaramillo en el Valle del Cauca.
-el jueves 26 de junio fue asesinada por sicarios una mujer en un supermercado de Pereira
-el 19 de junio fueron asesinados por sicarios dos policías en el Cesar
-el 16 de junio fue asesinado por un sicario el concejal de San Andrés de Cuerquia Juan Camilo Espinoza
-el fin de semana, catorce personas fueron asesinadas por sicarios en Santa Marta
La tendencia de reclutar a adolescentes y hombres jóvenes para que cometan asesinatos a sangre fría es algo que aumenta en el mundo (incluso en países muy pacíficos, como Suecia, existe ahora esta modalidad). Sin duda, la cultura patriarcal violenta, promovida entre otras por muchos videojuegos (que de hecho, son los lugares donde se les recluta) contribuye a ello.
En Colombia, el entorno de laxitud frente a las violencias, el ambiente de las ollas, el narco son un caldo de cultivo para el sicariato. En nuestro país, la mayoría de los homicidios son cometidos por sicarios. Es una proporción inmensa, sin comparación con otros países (o sólo con los países más violentos del mundo). Hay, literalmente, un ejército de jóvenes (en regla general se trata de hombres menores de 30 años) que esperan su turno para disparar y cobrar.
¿Cómo hemos llegado a este punto? En primer lugar, habría que tomar conciencia de la magnitud del problema, que parece ser ignorado por amplias franjas de la población, incluso por orientadores de opinión. Así, gran parte de los comentarios sobre el sicario de Miguel Uribe Turbay establecían un paralelo con algunos crímenes de los años ochenta. Se habló de la “reaparición” de los sicarios de ayer, como si esta modalidad hubiera desaparecido de nuestro paisaje social durante los años noventa y dos mil, y reemergiera de repente del pasado.
En realidad, el sicariato no ha desaparecido. Recordemos que tan solo entre 2017 y 2020 hubo más de 26 mil casos de sicariato en Colombia. La pregunta es por qué no (re)conocemos la magnitud del problema, y qué estamos haciendo para resolverlo, como sociedad y como gobierno.
En otro país, los homicidios del concejal de San Andrés de Cuerquia y de los policías del Cesar (para solo referir dos hechos de la semana pasada) hubieran generado marchas, protestas, exigencia de justicia y también exigencia de respuestas al fenómeno del sicariato. En Colombia, los crímenes violentos suceden en la casi total resignación e impunidad. No se puede decir que la indiferencia sea total (en efecto, la prensa registra estos hechos), pero la reacción social y gubernamental es mínima, como si nos hubiéramos habituado a estos crímenes.
¿Se puede hacer algo o es menester encomendarse a algún dios o, lo que es casi lo mismo, resignarse? Las ciencias sociales, y los políticos, no pueden, no deben encogerse de hombros o hacerse los de la vista gorda. Los problemas se estudian y se enfrentan.
En anterior columna abordé el grandísimo contexto de violencia que se vive en Colombia, comenzando por la violencia en las familias (una de las aristas del problema). Otro de los problemas gruesos por afrontar es el del desempleo juvenil. Según los datos recién publicados por la OCDE, el desempleo juvenil en Colombia no solo es muy alto, sino que tiende a aumentar, mientras que en el conjunto de países de la OCDE tiende a bajar. De hecho, el desempleo entre las personas jóvenes es prácticamente dos veces más elevado que en el promedio de países de la OCDE, como se observa en este gráfico (se muestra el porcentaje de personas de 15 a 29 años que no están empleadas, no están estudiando ni haciendo pasantías, es decir los “ni ni”):

¿Qué futuro tienen los jóvenes en una sociedad donde no hay oportunidades laborales estables, donde el machismo y sus expresiones violentas se han banalizado, donde el narco corrompe y financia a políticos pesados como corrompe y financia a muchachos de la calle, donde la informalidad y el individualismo son regla de vida?
Mientras no se enfrenten estos fenómenos con estrategias complejas, con voluntad política, con imaginación sociológica, con fondos y personal capacitado, con campañas en pro de un cambio cultural, Colombia seguirá siendo un país donde el mercado de la muerte es una opción rentable para miles de sus jóvenes. Mientras muchos hombres jóvenes desempleados opten por ganarse la vida matando, lo de “Colombia potencia mundial de la vida” será un slogan vacío.
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