POR CARLOS ARTURO BARCO*
A Borges lo creó Buenos Aires y Borges, a su vez, la inmortalizó. No se entiende el uno sin la otra y viceversa. Con un amor nostálgico escribió:
Antes yo te buscaba en tus confines
que lindan con la tarde y la llanura
y en la verja que guarda una frescura
antigua de cedrones y jazmines.
En la memoria de Palermo estabas,
en su mitología de un pasado
de baraja y puñal y en el dorado
bronce de la inútiles aldabas,
con su mano y sortija. Te sentía
en los patios del Sur y en la creciente
sombra que desdibuja lentamente
su larga recta, al declinar el día.
Ahora estás en mí. Eres mi vaga
suerte, esas cosas que la muerte apaga.
Como Borges con Buenos Aires, los manizaleños sentimos la ciudad en cada respiro, más aún si por azares del destino ese respiro se convierte en un suspiro distante. Los miles que hemos salido de la ciudad por diversos motivos ya no respiramos Manizales: la suspiramos. Y cada suspiro es una evocación y una necesidad.
Sin embargo, también Borges -como los manizaleños- entendió que los tiempos cambian y la identidad de su amada Buenos Aires se va quedando restringida a los recuerdos.
Y la ciudad, ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.
Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
urden su incalculable laberinto.
Aquí la tarde cenicienta espera
el fruto que le debe la mañana;
aquí mi sombra en la no menos vana
sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto;
será por eso que la quiero tanto.
Manizales se ha transformado en los últimos años. Los que vivimos fuera vemos con silenciosa prudencia cómo la ciudad intenta buscar su lugar en el concierto nacional a veces con más desparpajo que hidalguía. Cuando noticias sobre Manizales trascienden las fronteras del Eje Cafetero ya no necesariamente puede confiarse en que será un motivo para sacar pecho. A veces son más las horas que se invierten en explicar que los desatinos son circunstanciales y las bondades de la ciudad siguen intactas.
Pareciera que los manizaleños tenemos el orgullo herido. Necesitamos recuperar la vanidad. ¿Cuándo fue la última vez que un episodio local nos hizo sentir orgullosos? ¿Cuánto tiempo llevamos celebrando glorias pasadas? ¿De hace cuánto? ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para actualizar los motivos para presumir la ciudad? ¿Qué necesitamos replantear para volver a sacar pecho por la ciudad?
Creo en el valor del activismo social y ciudadano. Creo en el coraje de los manizaleños. Creo en la bondad de nuestra ciudad, «Creo en tus montañas y en tus laderas», «Creo en tu presente y en tu pasado», «Creo en el futuro de tus encantos, en la magia de un pueblo que cree en el amor», como diría el coro que todos cantamos en a finales de los noventas para el sesquicentenario. Pero sobre todo creo que necesitamos una urgente inyección de autoestima.
¿Dónde está la ciudadanía que nos hará sentir orgullosos nuevamente de ser manizaleños? ¿Dónde sus líderes? ¿Dónde sus gremios? ¿Dónde su institucionalidad?
Cerremos el ciclo. Cambiemos la inercia. Volvamos al amor propio. Recuperemos el orgullo. Ya nos lo dijo Borges- «no nos une el amor sino el espanto». Será por eso que la queremos tanto.
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* Socio Director de Litigios de Álvarez Liévano Laserna; Ex Magistrado Auxiliar de la Corte Suprema de Justicia; Docente Universitario.
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