Razón Pública. Internacional julio 14, 2024
Por Lucas dAuria*
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos han tomado el protagonismo mediático recientemente, pero el sistema internacional sigue siendo mucho más complejo. Aquí le contamos lo más importante de la última cumbre de la OTAN y las reflexiones que deja para el futuro.
Lucas d’Auria*
Durante la última semana se ha celebrado uno de los eventos más importantes del multilateralismo a nivel internacional. La cumbre de la OTAN, llevada a cabo en Washington, causó mucha expectativa y los medios de comunicación a nivel global pusieron el ojo sobre el desempeño físico y mental de Joe Biden después de su alarmante comportamiento en el más reciente debate público contra Donald Trump.
Se ha hecho un énfasis desmesurado sobre Biden y sobre qué hará ahora Estados Unidos, y ese énfasis contribuye a que la población que se informa a través de medios tradicionales se lleve la impresión de que estamos ante una dinámica de bloques como en la Guerra Fría.
Estoy de acuerdo con que el espectro de las elecciones presidenciales en Estados Unidos es de importancia vital para la operatividad de la OTAN y, naturalmente, para la ayuda que Ucrania necesita desesperadamente para detener (esperemos que pronto) el ataque de Rusia.
Sin embargo, creo que se ha hecho un énfasis desmesurado sobre Biden y sobre qué hará ahora Estados Unidos, y ese énfasis contribuye a que la población que se informa a través de medios tradicionales (y análisis malos en redes sociales) se lleve la impresión de que estamos ante una dinámica de bloques como en la Guerra Fría. Ese argumento es fácil de vender porque es simple, pero omite muchas variables.
En este texto, quiero llamar la atención sobre otros elementos y actores de la sociedad internacional. En particular, quisiera dedicar más tiempo a la Unión Europea, pues su ya conocida falta de coordinación está directamente relacionada con un nuevo auge de la derecha euroescéptica y con lo que la ciencia política conoce como democratic backsliding (retroceso democrático).
En segundo lugar, dedicaré un breve espacio al rol de China en el conflicto en Ucrania. Por último, hablaré de qué puede suceder con la OTAN en caso de que Trump gane las elecciones en Estados Unidos en noviembre de este año.

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La OTAN y el euroescepticismo
Los episodios de confusión por los que Joe Biden ha pasado recientemente en el debate con Trump y en las últimas conferencias de prensa en el marco de la cumbre de la OTAN tienen que leerse en relación con el auge de la derecha en Europa.
Por años, los partidos de la derecha extrema en varios países europeos han ido ganando terreno en las elecciones locales y su (ahora más oculto) euroescepticismo pone en riesgo la estabilidad de la OTAN también.
La Unión Europea (UE) no tiene un ejército europeo ni un mecanismo realmente eficiente de toma de decisiones de política exterior en asuntos de seguridad y defensa. Esas decisiones, además, no son ni siquiera de competencia supranacional de la UE, sino que las toman los estados miembros de forma intergubernamental y, generalmente, por medio de votaciones que requieren unanimidad.
En este contexto, la OTAN ha sido desde su fundación casi la única forma que los países de Europa tienen de poderse defender ante amenazas militares como la invasión rusa a Ucrania.
El declive progresivo de Joe Biden pone a Donald Trump en una posición de ventaja muy grande: si Trump fuese efectivamente elegido por segunda vez, existe una alta probabilidad de que la OTAN pierda apoyo de su miembro más poderoso.
Estados Unidos no solo es uno de los países miembros que más aporta a la organización junto con Alemania, sino que su capacidad de respuesta es muchísimo más grande y ágil por dos motivos:
- Primero, los países de Europa, desde hace muchos años, habían dejado de invertir porcentajes considerables de su PIB en el sector de defensa, aunque hay que reconocer que la invasión de Crimea en el 2014 les empujó a incrementar considerablemente su gasto en este sector.
- Segundo, el mecanismo de toma de decisiones de la UE no es apto para responder a crisis de este tipo porque los estados miembros tienen problemas internos o intereses propios que dificultan su coordinación.
El caso de Alemania es bastante diciente en este sentido, pues varios políticos poderosos son accionistas de oleoductos y gasoductos rusos y, naturalmente, ejercen presión para que el gobierno alemán no apoye a Ucrania proporcionándole los recursos que solicita (como las baterías de misiles antiaéreos o los misiles de largo alcance).
A esto se le suma el hecho de que los líderes de las derechas europeas, como Marine Le Pen en Francia y Viktor Orbán en Hungría (quien en este momento ostenta la Presidencia del Consejo de la Unión Europea) representan un peligro para la estabilidad regional.
Le Pen, por ejemplo, ha declarado en varias ocasiones su desconfianza hacia la OTAN y ha dicho que, si ella llegase a la presidencia, retrocedería en las posiciones de seguridad y defensa que hasta ahora se han mantenido con Macron.
Le Pen no debería ser subestimada: su partido es ahora la tercera fuerza política más grande de Francia y, aunque ha perdido las elecciones legislativas contra la coalición de izquierda, ha ganado 53 escaños en la Asamblea Nacional (pasando de 89 a 142).
Por el otro lado, Orbán tiene una relación muy cercana con Putin, con Trump y con Xi Jinping. De hecho, decidió visitar primero a Putin en Moscú antes de participar en la cumbre de la OTAN en Washington, y justo después de la cumbre visitó a Donald Trump en su residencia en Mar a Lago para unas “conversaciones de paz”; bloqueó el envío de ayuda a Ucrania en diciembre; y es actualmente el mandatario europeo con vínculos más estrechos con China.
Trump no parece estar particularmente comprometido con la OTAN, pues vimos que cuando fue presidente hizo todo lo posible por forzar a los otros miembros a incrementar su gasto en defensa.
Hace pocos días, también dijo que alentaría a Rusia a “hacer lo que le dé la gana” con otros miembros del grupo que no paguen lo suficiente, de nuevo alimentando la falsa percepción de que la OTAN funciona como un sistema de pagos y deudas.
China como habilitador de la invasión rusa
Lo más crucial de la posición de China es que, sin duda alguna, es un punto de apoyo en la sociedad internacional para Rusia y para varios líderes que, como Orbán, se pintan a sí mismos como los perdedores de la globalización occidental.
En el caso de la guerra en Ucrania, China se ha convertido en el principal proveedor de insumos para la fabricación de armas que Rusia tiene a su disposición. De hecho, Biden mismo llamó la atención sobre esto en la conferencia de clausura de la cumbre de la OTAN del jueves.
De acuerdo con los datos del Atlantic Council, aunque China no ha estado dando apoyo letal directo a Rusia, sus exportaciones de insumos como semiconductores y circuitos integrados han aumentado a más del doble con respecto al 2021, y algo parecido sucede con los soportes de metal necesarios para la construcción de tanques, y con los camiones pesados para el transporte de otros bienes.
Así las cosas, es evidente que Rusia se vería en grandes aprietos si China no fuese su más grande socio comercial para ese tipo de insumos. Sin embargo, y pese a la dura advertencia hecha por Joe Biden—la cual causó una respuesta fúrica por parte de los diplomáticos chinos—es difícil que dichas exportaciones puedan ser completamente detenidas.
Una gran cantidad de los soportes metálicos usados por Rusia están llegando primero al mercado de Kyrguistán, que ha visto un incremento de más del 2000% en importaciones de ese producto desde 2021.
Esto indica que el gobierno ruso se ha vuelto muy hábil en usar a otros actores de la sociedad internacional para lograr sus objetivos, lo cual implica que algunas sanciones directas a Rusia pueden ser efectivamente eludidas. Un esfuerzo más grande en este sentido necesitaría un verdadero sistema de sanciones “en red” que se aplica a múltiples actores a la vez.
Si a todo esto sumamos la presencia de actores que impiden la toma de decisiones que favorezcan a Ucrania, como es el caso de Hungría y de los (cada vez más fuertes) partidos de derecha euroescépticos como el Rassemblement National de Le Pen en Francia, las sanciones en bloque se vuelven difíciles de imponer.
Las elecciones en Estados Unidos
Por último, si Trump gana las elecciones en Estados Unidos, cualquier iniciativa que tome contra el funcionamiento de la OTAN encontrará, preocupantemente, mucho eco.
Una eventual victoria de Trump sí representaría una cierta amenaza para la estabilidad de la organización y de la situación de defensa en Europa.
Trump ha declarado en público su relativa simpatía por mandatarios autoritarios y sus buenas relaciones con ellos. La conjunción entre la guerra en Ucrania y la retórica adversarial hacia la OTAN por parte de Trump han forzado a los demás miembros del grupo a incrementar considerablemente su gasto en defensa.
Sin embargo, una eventual victoria de Trump sí representaría una cierta amenaza para la estabilidad de la organización y de la situación de defensa en Europa.
Primero, implicaría una retórica aún más combativa contra los intereses de la OTAN pese a ser su más poderoso integrante. Segundo, las relaciones con y dentro de la UE se resquebrajarían, pues Trump ha mostrado que quiere desmarcarse de los asuntos europeos y esto le cae de perlas a los euroescépticos como Marine Le Pen y Geert Wilders, quienes abogan por una Unión más débil y una mayor “autonomía estratégica” de los estados miembros.
Por lo pronto, el sistema de toma de decisiones por unanimidad en la UE sigue representando un problema para tomar iniciativas militares, de modo que la ayuda americana sigue siendo necesaria. El aislacionismo de Trump, que es muy clásico en la política exterior estadounidense, nos hace pensar en el problema perenne de la Unión Europa: Cuando llamas a Europa, ¿a quién llamas?
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