Por: Ernesto Zuluaga Ramírez
Quizás fue a partir del centenario de la supuesta fundación de la ciudad que el desarrollo de la urbe camina detrás de los problemas. No existe una planificación urbana que se anticipe a los acontecimientos. El ejercicio de gobierno, por lo tanto, se ha transformado en la mera solución de problemas creados, la reparación de entuertos y muchas veces la construcción de obras y el adelantamiento de proyectos que son apenas paliativos para enfrentar las serias dificultades que nos agobian.
Pereira se ha convertido en una ciudad facilista en la que los intereses económicos particulares se han impuesto frente a los colectivos. El avance de la malla urbana se inclina ante los afanes de los urbanizadores y constructores. El valor de la tierra se ha disparado de forma desaforada ante la permisividad de los alcaldes y gobernantes que han aceptado que lo rural se convierta en urbano. La falta de criterio y la normatividad endeble permiten un crecimiento desmedido que obliga a los gobiernos futuros a hacer esfuerzos ingentes para llevar los servicios públicos y la infraestructura física y social hasta aquellos apartados lugares donde se urbaniza sin control alguno. Los estratos cinco y seis de la población pereirana decidieron en las últimas tres décadas construir viviendas campestres y ubicarse en el área de Cerritos sin que las administraciones se preocuparan por el caos que esto generaría. Y para colmo, en los últimos diez años la presión urbana ha avanzado más allá, sobre la vía a La Virginia y en las mismas condiciones. No solo con viviendas sino también con industrias, bodegas, estaciones de servicio y empresas que requieren altas dosis de transporte pesado.
Las gigantescas y costosísimas obras como la variante La Romelia-El Pollo o la doble calzada a Cerritos fueron incapaces de resolver la movilidad que pretendían desde el mismo día en que fueron inauguradas. Igual sucedió con el viaducto Pereira-Dosquebradas, la variante Condina, la glorieta de Corales, la calle 50, el puente de la calle 14 con avenida Belalcazar y muchas más. Hacemos «obritas» que apenas si resuelven los problemas del momento pero que no se anticipan al futuro. El único proyecto rescatable de las últimas décadas era la avenida de los Colibríes y de ella es mejor no hablar.
Los urbanizadores y constructores de ciudad también son tacaños hasta la infamia a la hora de disponer espacios para parqueaderos y circulación con la abierta permisividad de las administraciones. Las especificaciones y la calidad de sus vías internas es muy pobre, la presencia de andenes peatonales es paupérrima y las áreas verdes y recreativas cada vez más escasas.
Que no nos pase lo que a Bogotá, que ante la incapacidad de sus goberantes de resolver los problemas básicos la ciudad colapsó y al día de hoy todos los que pueden hacerlo huyen hacia la periferia y hacia otras ciudades más amables como la nuestra.
El turismo, que crece sin el ámparo estatal, es otra fuente de caos y desorden urbano. Queremos más y más visitantes pero no estamos preparados para ello, como le sucede a Salento y a Filandia que viven el terror en estas épocas de fin de año.
Hace 35 años, en 1990, siendo alcalde expresé que Pereira era la Medellín de cincuenta años más atrás (1940) y que deberíamos trabajar duramente para que después de otros cincuenta años (en 2030) no fuéramos la Medellín de ese entonces agobiada por la violencia y el narcotráfico. Ahora hay que decir de nuevo que ojalá dentro de cincuenta años (2075) no tengamos las afugias que viven hoy Medellín y Bogotá.
Como vamos, ¡vamos muy mal y nos contentamos con muy poco!
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