Periódico UNAL / Ciencia y Tecnología

A 7km de Ráquira y 32km de Villa de Leyva, en donde la arena parece dormir bajo un cielo inmenso, se encuentra este rincón árido de Boyacá, uno de los lugares más silenciosos en el espectro radioeléctrico de Colombia. Este espectro es el rango de frecuencias en el que viajan las ondas que usamos para la radio, la televisión o el wifi; también transportan señales provenientes del espacio, tan lejanas que la única forma de percibirlas es encontrando un lugar donde el ruido humano no las opaque.
El desierto de La Candelaria también se conoce como el “el desierto de las almas”, ya que su lejanía de cualquier centro poblado lo hace propicio para el recogimiento espiritual. Por eso llegó hasta allí un grupo de investigadores buscadores del silencio, conformado por Johan Nicolás Molina Córdoba, del Observatorio Astronómico Nacional (OAN), Charles Triana Ortiz, del Observatorio AstroExplor, y Juan Camilo Buitrago Casas, de la Universidad de California (Berkeley), quienes querían comprobar que este territorio podría no solo ser un espacio de reflexión, sino también un oído para el universo.
Los investigadores instalaron una antena de radio —similar a una antena parabólica de televisión satelital— en una meseta rocosa con una vista despejada del horizonte, ideal para captar señales sin obstrucciones, con la que midieron el nivel de ruido de radiofrecuencia en la zona, con el objetivo de determinar si este desierto es lo suficientemente silencioso como para albergar un radiotelescopio. Un radiotelescopio es como un telescopio, pero en vez de ver el espacio, lo escucha. Mientras los telescopios ópticos captan la luz de los astros, los radiotelescopios detectan las ondas de radio, más amplias que las de la luz, que viajan por el universo durante millones de años trayendo consigo información sobre su origen y evolución.
El desierto de La Candelaria no es un desierto tradicional de dunas y arena infinita, se trata de un ecosistema semidesértico, con suelos áridos de tonos rojizos y formaciones rocosas erosionadas por el tiempo. Entre sus paisajes se encuentran pequeños arbustos espinosos, cactus y frailejones, adaptados a la escasez de agua. La fauna es discreta pero resistente: lagartos que se camuflan entre las piedras, aves rapaces que surcan el cielo y zorros que deambulan en la noche. Fue en este entorno silencioso, alejado de las luces y del bullicio urbano, en donde los investigadores realizaron sus mediciones.
Un oasis de silencio en un mundo ruidoso
El espacio está lleno de voces ocultas, ya que el sonido no puede viajar en el vacío del espacio exterior. Ni gritos ni explosiones visibles, porque las frecuencias exceden las que puede captar el humano, sino señales de radio que nos llegan desde los rincones más lejanos del universo. Aunque son amplias (pueden tener longitudes de mm a km), estas señales son increíblemente débiles y cualquier interferencia humana puede bloquearlas.
Los radiotelescopios más avanzados del mundo —como el Very Large Array (VLA) en EE.UU., ALMA en Chile o el Square Kilometre Array (SKA) en Sudáfrica y Australia— se construyen en lugares protegidos, donde las señales humanas están restringidas. En Colombia, en cambio, los únicos radiotelescopios, FiCoRi y PhARaON, están en Bogotá, una ciudad saturada de interferencias provenientes de antenas de telecomunicaciones, wifi, carros, fábricas, y hasta de las obras del Metro. Intentar captar señales cósmicas allí es como tratar de escuchar una sinfonía en medio de una tormenta eléctrica.
Este estudio sugiere que el desierto de La Candelaria ofrecería lo que Bogotá no puede: un refugio de silencio electromagnético, ideal para la radioastronomía.
Para confirmar este hallazgo, los investigadores usaron una antena SDR (Software Defined Radio), un dispositivo que detecta señales de radio en un amplio rango de frecuencias (100 a 4.000MHz), pero para saber cuán silencioso era el desierto necesitaban un punto de comparación, y lo encontraron: Soacha, una ciudad en los límites de Bogotá con un alto nivel de contaminación electromagnética.
Las mediciones se realizaron durante varios días para garantizar resultados precisos. En cada ubicación, la antena SDR se orientó en diferentes direcciones, realizando barridos de 360° y registrando señales en intervalos de 10 minutos.
En Soacha, la antena detectó valores entre de -58,8 y -60dBm, es decir una gran cantidad de interferencias: picos de ruido provenientes de antenas de telecomunicaciones, señales de wifi y el constante murmullo de una ciudad hiperconectada. Era como intentar sintonizar una emisora de radio en una tormenta de estática.
Pero en el desierto la historia fue distinta. La antena encontró un vacío, una calma electromagnética inusual. El ruido de fondo era en promedio de -97dBm (a mayor número mayor silencio), lo que indica que las señales artificiales eran mínimas. En otras palabras, el desierto de La Candelaria es un lugar en donde los ecos del universo se podrían escuchar sin interrupciones humanas.
El regreso de un sueño olvidado
Este descubrimiento no es del todo nuevo. En 2009 el proyecto GEM (Galactic Emission Map) realizó pruebas con radioantenas en el desierto de La Candelaria para cartografiar las emisiones en radiofrecuencia del cielo, pero la falta de financiamiento y la ausencia de una estrategia de largo plazo para la radioastronomía en Colombia hicieron que el proyecto se quedara en el olvido.
Hoy, con herramientas más avanzadas y un renovado interés en la exploración astronómica, el sueño de convertir este desierto en un centro de radioastronomía podría revivir.
El universo nos ha estado enviando mensajes durante miles de millones de años, pero solo ahora tenemos la tecnología para escucharlos. La radioastronomía nos permite estudiar el Sol, detectando tormentas solares que pueden afectar las telecomunicaciones en la Tierra. También nos ayuda a entender los agujeros negros, ya que estos emiten ondas de radio al interactuar con la materia. Además, nos permite observar galaxias lejanas, captando la radiación de hidrógeno neutro, esencial para reconstruir la historia del universo.
Si el desierto de La Candelaria realmente es tan silencioso como indica este estudio, Colombia podría tener su propio centro de exploración cósmica, abriéndole la puerta a investigaciones científicas de clase mundial.

El investigador Juan Camilo Buitrago, del Laboratorio de Ciencias Espaciales de la Universidad de California, destaca la importancia de la radioastronomía en un país con un clima nublado como Colombia:
En Colombia hay un problema cuando se quiere ver el cielo, y es que tiene una gran cantidad de nubes y lluvias, por lo que los telescopios no siempre se pueden usar. Pero las ondas de radio llegan a pesar de estos obstáculos y las podemos escuchar, por ello necesitamos un lugar idóneo.
El experto Charles Triana Ortiz, del Observatorio AstroExplor en Tinjacá, explica por qué la ubicación del desierto de La Candelaria es prometedora para la radioastronomía:
Un desafío para la ciencia en Colombia
Por su parte, el investigador Johan Nicolás Molina, magíster en Astronomía de la UNAL, señala que en Colombia la radioastronomía enfrenta desafíos como falta de recursos, el reducido número de investigadores y la escasa financiación que han frenado proyectos como este en el país. De hecho, el radiotelescopio de ALMA en Chile, inaugurado en 2009, costó alrededor de 1.100 millones de euros.
Aún se requiere más investigación, pruebas con antenas más sensibles y un análisis detallado de las bandas protegidas, las frecuencias en las que no hay interferencias humanas, y que son esenciales para que la ciencia confirme que el desierto de La Candelaria es idóneo para un radiotelescopio.
Colombia tiene la oportunidad de hacer historia en la radioastronomía. En un mundo donde la exploración del cosmos avanza rápidamente, este silencioso desierto se convertiría en la puerta de entrada del país a una nueva era científica. No se trata solo de escuchar el universo, sino de entender nuestro lugar en él, desentrañar los secretos de los agujeros negros, reconstruir la historia de las galaxias y anticipar los efectos del clima espacial en nuestra vida cotidiana.

Pero el tiempo apremia: si no actuamos pronto, el crecimiento descontrolado de las telecomunicaciones y la falta de inversión podrían cerrar esta ventana única al cosmos. La pregunta no es si el país tiene la capacidad para hacerlo, sino si tenemos la voluntad para dar el siguiente paso antes de que el ruido de las ciudades silencie para siempre los susurros del universo.
La investigación se publicó en un artículo de la revista eSpectra, del Observatorio Astronómico Nacional que se puede consultar totalmente gratis en el siguiente enlace: https://astronomiaoan.github.io/espectra/
0 comments:
Publicar un comentario